La labor del corrector de estilo no es fcil y muchas veces es incomprendida. No slo lucha contra el ego de eminentes profesores muy versados en su tema acadmico (pero no tanto en asuntos generales de redaccin, que no permiten ni ven con agrado que se hagan sugerencias sobre sus textos), sino que choca de frente contra la inveterada costumbre latina de pensar que el trabajo del otro no vale, que todo debe ser gratis, que el conocimiento no se valora, que lo que no es tangible o no se pese en gramos, no debe ser pagado. Y el corrector hace su callada labor de uniformizar el lenguaje, hacerlo amigable y respetuoso, con la menor cantidad posible de vicios, sin que pierda la identidad del autor, para que sus ideas ganen brillo y su prestigio contine intacto.
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